AI sufrir un infarto clásico, el paciente se ve inmerso en un intenso dolor en barra localizado en el tórax que se irradia al brazo derecho, al hombro, a la espalda, a la mandíbula y al cuello, acompañado de una disnea y una sensación general de malestar. También experimenta mareo, náusea, sudoración, un deseo intenso de defecar e incluso síncope vasovagal.

Pero un infarto no sucede inesperadamente: este se verá condicionado por el tipo de factor de riesgo que presenta la persona. El infarto al mocardio se clasifica en factores modificables y no modificables. El primer grupo abarca el sexo, la edad, la historia familiar, enfermedades (diabetes, hipertensión arterial, colesterol y triglicéridos) o condiciones previas; en el segundo grupo, se encuentran los esfuerzos dirigidos a reducir el riesgo de esta enfermedad, la dislipidemia, el tabaquismo, el alcoholismo, el sedentarismo y el estrés.

Cabe resaltar que mientras más joven sea quien sufra un infarto, mayor será el riesgo de muerte. Esto se debe a que con el pasar de los años, se crean arterias colaterales que pueden ayudar a irrigar las diferentes caras del corazón. Solo si el paciente hace constante ejercicio de carácter cardiovascular podrá salir airoso de este infarta, pero si no realiza actividades físicas, el riesgo mortal es inminente.

Cuando un paciente llega a emergencia producto de un infarto, el médico cardiólogo tiene que seguir una serie de pasos: primero debe tomar sus signos vitales y la presión, la cual dependerá del tipo de la zona en la que se esté produciendo el Infarto, y luego debe monitorizar al paciente y hacer un electrocardiograma y un estudio de las enzimas cardiacas.

Una vez estabilizado el paciente, se debe determinar el tipo de infarto que ha sufrido (tipo ST elevado o tipo ST no elevado) estableciendo ciertos criterios: el examen clínico, la sintomatología, los cambios electrocardiográficos y las enzimas cardiacas. 

 

 

Dr. Jaime Cunza
Médico cardiólogo intensivista en el Instituto Nacional Cardiovascular de EsSalud