El sistema nervioso central, en un proceso integrado, regula simultáneamente el movimiento voluntario, el afecto y el pensamiento para estructurar conductas funcionales que le permitan adaptarse al medio ambiente.  Una estructura fundamental para cumplir con este objetivo es el Sistema Límbico y en especial la corteza prefrontal medial (CPm), componente básico de este sistema. Uno de los neurotransmisores más comprometidos en la regulación de este sistema es la dopamina, y es justamente esta catecolamina, la que esta comprometida en el Trastorno por Déficit de atención (TDA). Esta alteración funcional de la química cerebral explicaría gran parte de los síntomas asociados al TDA que incluyen la inatención, la hiperactividad y la impulsividad, alterando la conducta del niño y dificultando su adaptación a las situaciones sociales y académicas; y posteriormente laborales cuando es adulto. 

Es frecuente que los padres de familia acudan a la consulta preocupados por el rendimiento académico de sus hijos portadores del TDA, pero en realidad hay otras razones a tener en cuenta, que enfatizan la necesidad de que estos niños reciban tratamiento.  Los estudios muestran que existe una gran comorbilidad de este trastorno con otras entidades, dentro de las que destacan por su prevalencia en la niñez, trastorno oposicionista desafiante, trastornos de ansiedad y el trastorno depresivo mayor. En la adolescencia las conductas violentas, delincuenciales y el consumo de sustancias psicoactivas y en la adultez, los trastornos de personalidad inmaduros (limítrofes, psicopáticos, etc.). 

Por lo antes señalado, y entendiendo que el niño aún se encuentra en un proceso de maduración de la conducta, una intervención psicoterapéutica y psicofarmacológica (si es que el caso la amerita) será importante para optimizar el pronóstico de este trastorno. El objetivo del tratamiento debe estar dirigido a  lograr que el niño consiga una adecuada construcción de su personalidad, que le permitirá adaptarse adecuadamente a su entorno en armonía con sus pares y en consonancia con sus capacidades. Esto permitirá un paso por la adolescencia armónico, y una adultez productiva. Para lograr esto, el niño con TDA debe recibir terapia psicológica de corte cognitivo conductual (es la técnica más recomendada para esta patología) que priorizará: la psicoeducación, tanto del niño como de la familia; la mejora de la autoestima;  el entrenamiento de habilidades sociales; el reconocimiento de los límites, la pertinencia y el respeto a las normas. Si se considera pertinente un programa de entrenamiento de la atención y la concentración a través de ejercicios neuropsicológicos deberá ser aplicado.

Si el cuadro clínico del TDA generara en el niño una disfunción de moderada a severa en sus actividades académicas, sociales y familiares se debe considerar la posibilidad de que reciba tratamiento farmacológico. 

Es indispensable anotar que el tratamiento farmacológico debe ser realizado por un especialista con experiencia en los trastornos del comportamiento en niños y/o adolescentes. Una vez instalado el fármaco debe evaluarse la pertinencia de continuar el tratamiento por lo menos una vez al año y las dosis dependerá de la respuesta y las necesidades clínicas de cada paciente en

Forma individual. 

Si se opta por un psicoestimulante como el metilfenidato, debe iniciarse con una dosis reducida, realizándose incrementos semanales. En niños a partir de los seis años y adolescentes  se recomienda iniciar con 5 mg dos a tres veces al día en intervalos de cuatro horas (si es que se opta por el metilfenidato de vida media corta (cuatro horas)), con incrementos semanales de 5 a 10mg. La dosis diaria no debe exceder los 60mg/día. Si los síntomas no mejoran con el aumento gradual de la dosis a lo largo de un mes, debe interrumpirse la administración del medicamento. Si los síntomas empeoran o sobrevienen reacciones adversas, se debe reducir la dosis o si fuera preciso, interrumpir la administración del medicamento. Otra posibilidad de tratamiento farmacológico es la atomoxetina, que debe ser indicada inicialmente a una dosis diaria total de aproximadamente 0,5 mg/kg y debe ser administrada en un solo turno preferentemente por las mañanas. Esta dosis inicial debe mantener durante un mínimo de siete días antes de la subida de dosis de acuerdo a la respuesta clínica y la tolerancia al tratamiento.  La dosis de mantenimiento recomendada es de aproximadamente 1,2 a 1,5 mg/kg/día.  

En niños que presentan comorbilidades, a veces es necesario combinar estos fármacos con estabilizadores del humor o con antidepresivos y ansiolíticos que permitan un mejor efecto terapéutico. 

Se calcula que el TDA tiene una prevalencia del 6%. Es por esta razón que los especialistas tenemos que estar informados sobre esta enfermedad para un adecuado diagnóstico y tratamiento precoz para así otorgar una mejor calidad de vida a los pacientes que sufran de este trastorno. 

 

 

Alberto Fernández Arana 

Psiquiatra y Neurofisiopatólogo 

Director Médico del Instituto de Neurociencias Aplicadas (INA)