Durante la infancia, una adecuada salud mental es tan importante como la salud física para alcanzar los distintos hitos del desarrollo. No obstante, sería poco decir que, incluso  antes de la pandemia ocasionada por la covid-19, la salud mental en los niños no era del todo tomada en cuenta. La sociedad pre-pandémica, impulsada por el paradigma capitalista actual, comprometía los vínculos entre padres e hijos, afectaba la estabilidad laboral, y vulnera las estructuras familiares que de por sí ya eran frágiles. En muchos casos, ambos padres se veían obligados a salir de casa para trabajar y generar el sustento, dejando al infante a cargo de un tercero o incluso solo. El ámbito familiar dejaba de ser una prioridad y los padres tenían dificultades para sostener adecuadamente las necesidades afectivas de sus hijos, lo qué podía generar un impacto en el desarrollo socioemocional con consecuencias a futuro.

Lamentablemente, la pandemia ha generado aún más dificultades, y la salud mental de los niños y de sus cuidadores se ha visto profundamente afectada. Por esta razón, es de suma importancia entender que ha ocurrido con ellos, y más aún, qué ha ocurrido con la dinámica entre ellos y sus padres, pues esta última es un componente fundamental para su  crecimiento, desarrollo, y la constitución de su identidad futura.

Lo que se ha observado es que muchos padres están de vuelta en casa, de vuelta en el “nido”, debido a las medidas tomadas durante la cuarentena y a la posibilidad de trabajar remotamente; esto ha significado un proceso adaptativo difícil, donde los padres que “salían de casa”, se han visto casi forzados a retornar a la parentalidad generando ciertos conflictos. Sin negar su complejidad, esto, más qué un problema, podría significar  una oportunidad: un retorno a la crianza, un retorno al afecto, un retorno al vínculo. A manera de solución, Boris Cyrulnik, autor qué acuña el concepto de “resiliencia”, nos habla de cómo criar niños resilientes e introduce la noción de “segurización”. Esta se constituye como la capacidad parental de transmitirle seguridad a los hijos. Para esto, es necesario qué los padres se sientan seguros, ahí radica la importancia de cuidar su propia salud mental. 

La clave para generar esta “segurización”, es la creación de un entorno seguro y afectuoso para el niño en los distintos espacios qué habita desde los primeros años de vida. Esto se da a través de actos pequeños y cotidianos, como hablar en familia, tener espacios juntos, divertirse juntos, entre otras cosas. Así, se crea un apego familiar qué se teje en el día a día y qué se convierte a la larga en un vínculo muy fuerte, en un sentimiento de confianza hacia los cuidadores. Esto le permite a los niños interiorizar la experiencia de qué las cosas van a solucionarse, incluso cuando hay dificultades. Es un registro qué llevan con ellos hasta la adultez y qué les permite afrontar los distintos desafíos de la vida.

 

Artículo realizado por Renzo Santa María para MÉDICA La Revista.

Psicólogo Clínico